Una rosa recuerda en su forma a una espiral; una que se cierra sobre sí misma. Una rosa es, entonces, siempre, un misterio que se devela, que se abre, pétalo a pétalo, si se la sabe rozar con habilidad. Mary Browning es esa rosa y ese misterio, incluso para quienes más la conocen.
Mary Browning ha sido desde siempre una joven alegre y decidida. Ha tenido una infancia soñada al lado de su hermana, Emily, que se ha casado con el conde de Falmouth. Ha sido, además, la mejor amiga de Alexander, el hermano del conde. Entre ambos ha habido desde siempre una complicidad inexpugnable, una muda manera de entenderse que habría resultado la envidia de cualquier pareja de enamorados.
Solo que ellos no forman una pareja. Alexander ha viajado hace poco a Londres y ha coqueteado con varias jóvenes de sociedad, a tal punto que el conde de Leicester lo considera un prospecto ideal para su sobrina, lady Amelia. Por su parte, Mary ha aceptado las visitas de un interesado caballero, el señor Harding, que no hace otra cosa que halagarla con atenciones y presentes.
Hay un misterio, sin embargo, que Mary cultiva con tanto celo como las rosas que crecen bajo su cuidado en el invernadero de la mansión del conde. Ese misterio encerrado entre los pétalos más profundos de su personalidad, ese secreto acerca de su origen hace que ella, a pesar de la complicidad, el afecto y el deseo que la une a Alexander, se empecine en negarlo, en alejarse de él. El afecto y el amor, para ambos, se volverá algo que deberán descubrir tras un velo de misterio.
Una rosa recuerda en su forma a una espiral; una que se cierra sobre sí misma. Una rosa es, entonces, siempre, un misterio que se devela, que se abre, pétalo a pétalo, si se la sabe rozar con habilidad. Mary Browning es esa rosa y ese misterio, incluso para quienes más la conocen.
Mary Browning ha sido desde siempre una joven alegre y decidida. Ha tenido una infancia soñada al lado de su hermana, Emily, que se ha casado con el conde de Falmouth. Ha sido, además, la mejor amiga de Alexander, el hermano del conde. Entre ambos ha habido desde siempre una complicidad inexpugnable, una muda manera de entenderse que habría resultado la envidia de cualquier pareja de enamorados.
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