Cada mujer es una flor.
Eso piensa Kitty, la protagonista de esta novela. Algunas son margaritas; algunas son bellas y tóxicas a la vez; otras, sin embargo, crecen silvestres, solitarias, a la sombra, a la espera de que alguien pueda apreciar la belleza que tienen.
Kitty ha quedado huérfana. La cuidan su tío y una dama de compañía. Los cuantiosos bienes familiares que debería haber heredado han ido a parar a los acreedores que aparecieron una vez que ella se quedó sola. Tampoco se siente a gusto en la sociedad: se sabe una flor solitaria, un poco venenosa en sus opiniones, que mira al mundo de manera diferente. Acuciada, entonces, por la situación, decide abocarse a la finca productora de flores que le fue legada y que se salvó de los acreedores.
Luca lo ha perdido todo; lo han mancillado para que también perdiera la dignidad que, pese a todo, conserva. Sordo de nacimiento, todos lo ven como a un paria, como a alguien que nada tiene para aportar. El encuentro con Kitty, inesperado y tormentoso, va a darle un lugar, una profesión, un destino.
Pero, si esto fuera un cuento, si Kitty fuera la princesa de ese cuento, entonces faltan las aventuras y las peripecias, los caminos escarpados y los monstruos que acechan. Un cuento en el que la princesa tiene la fuerza de rescatar al dragón y volverlo humano.
Adriana Hartwig ha escrito una novela que funciona como una fábula, como un espejo de las relaciones humanas, entre las flores que crecen solitarias y silvestres, esas que son únicas.
Cada mujer es una flor.
Eso piensa Kitty, la protagonista de esta novela. Algunas son margaritas; algunas son bellas y tóxicas a la vez; otras, sin embargo, crecen silvestres, solitarias, a la sombra, a la espera de que alguien pueda apreciar la belleza que tienen.
Kitty ha quedado huérfana. La cuidan su tío y una dama de compañía. Los cuantiosos bienes familiares que debería haber heredado han ido a parar a los acreedores que aparecieron una vez que ella se quedó sola. Tampoco se siente a gusto en la sociedad: se sabe una flor solitaria, un poco venenosa en sus opiniones, que mira al mundo de manera diferente. Acuciada, entonces, por la situación, decide abocarse a la finca productora de flores que le fue legada y que se salvó de los acreedores.
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