Tres segundos es una eternidad  | Daniel Sorín
Un hombre lanza su orina sobre la barra de un bar: la mea sin pudor porque no lo han dejado pasar al baño. No es un caso, ni siquiera, del todo, un delito: apenas una contravención. A eso han reducido al inspector Vives: recluido en una comisaría de barrio, cumple la condena de los desterrados en una tarea innoble, mezquina, que se burla de él. Ahora, el gran inspector Vives, luego de un caso fallido, persigue contravenciones y rumia su venganza contra el comisario Bermúdez, el que le tendió la trampa que lo hizo quedar recluido en las pequeñeces de una dependencia barrial.

Vives, por su parte, consciente de que no pueden coexistir con Bermúdez en la fuerza, arma una celada para destronarlo; juega a todo o nada y no puede saber, en realidad, si ha logrado ganar.

Como en un juego de espejos, como en una partida de ajedrez de dos viejos conocidos, ambos enemigos se miden todo el tiempo, prevén la jugada del otro, arman una historia que no suelta al lector, que es irrespirable.

Poblada de personajes secundarios atractivos, Tres segundos es una eternidad puede ser leída como una novela cortesana, donde cada personaje, cada locación, cada nombre tiene su correlato en otro real, existente. Se trata, en definitiva, de un roman à clef en la que el lector también puede decidir la suerte de la trama.
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Vives, por su parte, consciente de que no pueden coexistir con Bermúdez en la fuerza, arma una celada para destronarlo; juega a todo o nada y no puede saber, en realidad, si ha logrado ganar.

Como en un juego de espejos, como en una partida de ajedrez de dos viejos conocidos, ambos enemigos se miden todo el tiempo, prevén la jugada del otro, arman una historia que no suelta al lector, que es irrespirable.

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