Hay algo que no se ve, a lo que no se puede acceder, un punto ciego de la historia: como en un auto en el que algo no deja ver la totalidad de lo que tiene delante y solo está claro cuando ya es tarde, cuando ya el otro coche está muy cerca, imposible de eludir.
Ese punto ciego articula, en una ciudad fantasma del conurbano bonaerense en los años noventa, la toma de una fábrica por parte de los obreros, un pibe que desaparece por negarse a hacer las actividades ilegales para las que la policía lo quiere, la trata de adolescentes que se reclutan en boliches llenos de famosos, un periodista que muere buscando información que vincule al intendente y a la policía con el negocio del juego, las drogas, los puticlubs. Otro periodista, amigo del que ha muerto, sigue las pistas que lo van llevando, sin respiro, de un lado a otro, de una trama a la siguiente –“para salir de una historia hay que entrar en otra”, dice la novela– hasta que aquello que el punto ciego no le deja ver lo impacte con la violencia de un auto a ciento cincuenta kilómetros por hora.
Kike Ferrari y Juan Mattio han escrito una novela violenta e irrespirable, coral y veloz, con una geografía reconocible aunque tenga los nombres enmascarados: una imagen enciclopédica del desasosiego argentino.
Ese punto ciego articula, en una ciudad fantasma del conurbano bonaerense en los años noventa, la toma de una fábrica por parte de los obreros, un pibe que desaparece por negarse a hacer las actividades ilegales para las que la policía lo quiere, la trata de adolescentes que se reclutan en boliches llenos de famosos, un periodista que muere buscando información que vincule al intendente y a la policía con el negocio del juego, las drogas, los puticlubs. Otro periodista, amigo del que ha muerto, sigue las pistas que lo van llevando, sin respiro, de un lado a otro, de una trama a la siguiente –“para salir de una historia hay que entrar en otra”, dice la novela– hasta que aquello que el punto ciego no le deja ver lo impacte con la violencia de un auto a ciento cincuenta kilómetros por hora.
Kike Ferrari y Juan Mattio han escrito una novela violenta e irrespirable, coral y veloz, con una geografía reconocible aunque tenga los nombres enmascarados: una imagen enciclopédica del desasosiego argentino.
Punto ciego | Kike Ferrari, Juan Mattio
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Hay algo que no se ve, a lo que no se puede acceder, un punto ciego de la historia: como en un auto en el que algo no deja ver la totalidad de lo que tiene delante y solo está claro cuando ya es tarde, cuando ya el otro coche está muy cerca, imposible de eludir.
Ese punto ciego articula, en una ciudad fantasma del conurbano bonaerense en los años noventa, la toma de una fábrica por parte de los obreros, un pibe que desaparece por negarse a hacer las actividades ilegales para las que la policía lo quiere, la trata de adolescentes que se reclutan en boliches llenos de famosos, un periodista que muere buscando información que vincule al intendente y a la policía con el negocio del juego, las drogas, los puticlubs. Otro periodista, amigo del que ha muerto, sigue las pistas que lo van llevando, sin respiro, de un lado a otro, de una trama a la siguiente –“para salir de una historia hay que entrar en otra”, dice la novela– hasta que aquello que el punto ciego no le deja ver lo impacte con la violencia de un auto a ciento cincuenta kilómetros por hora.
Kike Ferrari y Juan Mattio han escrito una novela violenta e irrespirable, coral y veloz, con una geografía reconocible aunque tenga los nombres enmascarados: una imagen enciclopédica del desasosiego argentino.
Ese punto ciego articula, en una ciudad fantasma del conurbano bonaerense en los años noventa, la toma de una fábrica por parte de los obreros, un pibe que desaparece por negarse a hacer las actividades ilegales para las que la policía lo quiere, la trata de adolescentes que se reclutan en boliches llenos de famosos, un periodista que muere buscando información que vincule al intendente y a la policía con el negocio del juego, las drogas, los puticlubs. Otro periodista, amigo del que ha muerto, sigue las pistas que lo van llevando, sin respiro, de un lado a otro, de una trama a la siguiente –“para salir de una historia hay que entrar en otra”, dice la novela– hasta que aquello que el punto ciego no le deja ver lo impacte con la violencia de un auto a ciento cincuenta kilómetros por hora.
Kike Ferrari y Juan Mattio han escrito una novela violenta e irrespirable, coral y veloz, con una geografía reconocible aunque tenga los nombres enmascarados: una imagen enciclopédica del desasosiego argentino.
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